La adolescencia es una etapa de cambios personales y familiares. Nuevas formas de pensar y sentir requieren ajustes en las reglas familiares, que acepten las nuevas formas de expresión de los jóvenes.
Frecuentemente, en los hogares donde habita un adolescente, se oyen estrepitosos alaridos por parte de uno o ambos padres: “¡Qué vergüenza das con esos pelos!”, “¿piensas salir en esas fachas?”, “ese pantalón está deshilachado... no, así no sales”, “¡qué horror!, si estás más desvestida que vestida”, etcétera.
Incluso en algunos consultorios de psicología no es extraño escuchar a una madre que se queja: “mi hija cada vez se viste peor. No lo entiendo: si yo le enseñé a combinar los colores y el uso de los zapatos según la ocasión y el clima”. “¿Por qué le gustan las cosas rotas?” “Qué debo hacer: ¿aceptar las fachas o exigir qué se vista normal?”
Pero, ¿qué es normal? Ése es el punto de desencuentro entre los adolescentes y sus padres, pues cada uno tiene su propio punto de vista de lo que se considera normal.
Los padres que enfrentan la pubertad y adolescencia de los hijos, tienen que buscar alternativas que permitan encontrar el punto medio entre la libertad que a esta edad buscan los chicos y las normas que aún tienen que cubrir al ser dependientes de ellos.
Uno de los temas más polémicos con los adolescentes es la ropa; los padres tienen que ayudarlos en su adaptación a su nuevo mundo social y a las propuestas del mercado, tomando en cuenta la necesidad de afinar sus gustos, su responsabilidad para el cuidado de su ropa y su capacidad para tomar sus propias decisiones.
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